martes, 15 de noviembre de 2016

El rey del invierno

En mi casa el intercambio de libros existe desde... bueno, básicamente desde que empecé a interesarme en serio por la lectura, siendo una cría. Así, mi padre se lee cosas como Los juegos del hambre o Cazadores de sombras, mientras que yo a veces leo novelas que no son de mi estilo, lo que creo que viene bien de vez en cuando. En uno de esos últimos intercambios, di con El rey del invierno, primera entrega de la trilogía Crónicas del señor de la guerra, de Bernard Cornwell.

Bernard Cornwell es historiador y escribe, evidentemente, novelas de corte histórico y en este caso ofrece una versión de la leyenda de Arturo. Una versión que difiere mucho de las típicas leyendas artúricas y que intenta mostrar una Britania más fiel a la realidad, aunque con sus licencias.

Tras que los romanos abandonaran el territorio britano, éste anda ocupado por las continuas batallas para llenar el vacío de poder y evitar una invasión sajona. Con la muerte del rey Uther, la situación se complica aún más, puesto que su heredero, Mordred, es un bebé tullido. Para impedir que le ocurra nada al niño y se convierta en un rey que unifique Britania, deciden traer al hijo bastardo de Uther, Arturo, del exilio para que lo tutele, algo que Arturo está dispuesto a hacer, al igual que ofrecerle a Mordred un reino lo más unificado posible.

Básicamente ese es el punto de partida de El rey del invierno, que cuenta las hazañas de Arturo Pendragón, un hombre inteligente y formado, protegido por Merlín, que es un gran guerrero. Este Arturo no se parece en nada al que protagoniza las historias más habituales, ya que, aunque es un buen hombre, también es imperfecto.

Precisamente es su faceta de señor de la guerra lo que más predomina en la novela. No es que Arturo vaya buscando presentar batalla, sino que continuamente se ve obligado a defender el reino de Mordred o a Britania de los sajones. Esas luchas tienen mucha importancia en El rey del invierno, que era algo que me sacaba de la lectura con mucha facilidad, sobre todo porque no ha sido una novela que me haya atrapado.

Al ponerme a leer a Bernard Cornwell me daba la sensación de estar ante una tesis en lugar de una novela, no me convencía su forma de escribir, demasiado lenta y un tanto recargada para mi gusto. Además, y esto es completamente cosa mía, cambia tanto las leyendas artúricas que me ponía a buscar diferencias y ya perdía el hilo por completo, sobre todo porque me pareció una novela bastante insulsa, pese a que sí cuenta con elementos interesantes como la reinvención de los personajes que conocemos o la cultura de la época. Sencillamente, El rey del invierno no llegó a gustarme. No es que lo odie, pero fue el típico libro en el que metí el turbo para acabarlo cuanto antes.

Entre las pocas cosas que sí me llamaron la atención fue el misticismo que desprendían los dos personajes más interesantes, Merlín y, sobre todo, Nimué, que acaba resultando el elemento más estimulante de la novela. Nimué es poderosa, inteligente y compleja, un personaje que sabe hacerse valer en ese mundo tan masculino  y lo hace por sí misma, aunque también sea la amante de Merlín.

El resto de personajes, pasaron sin pena ni gloria: desde un Arturo que acaba siendo un pelele en manos de la manipuladora y maliciosa Ginebra, que desde que aparece el autor te deja claro que es una trepa de mucho cuidado y tampoco ahonda demasiado en ella; hasta un Lancelot que no deja de ser un cobarde irritante, opiniones que además te deja muy claras nuestro narrador, el protagonista, Derfel, que Bernard Cornwell usa para dejar claro cuál es la opinión que debes tener sobre los personajes, en lugar de dejar que tú mismo te formes una, que es un recurso que personalmente no me gusta.

Vamos, que no creo que lea los siguientes y no sería una novela que recomiende, más que nada porque sufre el síndrome del historiador metido a novelista que no sabe encontrar el equilibrio entre ambas cosas.

El próximo lunes literario estará dedicado a... Harry Potter y el legado maldito de Jack Thorne y John Tiffany.

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